ANSIEDAD DE TENERTE EN MIS BRAZOS: «EL PRÍNCIPE» #MUÑOZ

por Mercedes Orden

Principios de los 70 en Santiago de Chile. Aún la Unidad Popular no había llevado a Salvadopr Allende al poder, pero el clima y lo que ocurre de fondo -las voces, los afiches- evidencian que está a punto de suceder. En dicho contexto nos introduce Sebastián Muñoz con una ópera prima prolija y potente que deja a un lado el marco histórico-político para poner su atención en lo que ocurre en una cárcel, con sus propias valores, leyes, usos y costumbres. Un mundo que le toca descubrir a Jaime (Juan Carlos Maldonado) cuando una noche de alcohol termina con el crimen pasional de El Gitano (Cesare Serra). Podría creerse que este es el principio de su final, pero en verdad es sólo un nuevo comienzo.
Cuando las rejas se cierran, la incertidumbre comienza a abrirse paso. En medio de la confusión y el caos emocional, el joven va a parar a una celda junto a otros cuatro hombres privados de su libertad. Pronto, El Potro (Alfredo Castro) lo recibe y se hace cargo de su educación no formal dándole algunas lecciones sobre lo que implica la vida en ese interior. Un hombre respetado que no duda en darle un espacio, bautizarlo «Príncipe» y explicarle las dinámicas de un reino oscuro donde los estratos se reproducen. No será ese su único bautismo sino que también habrá una violación donde las relaciones de poder le sean explicadas con crudeza.
Basada en la novela homónima escrita por Mario Cruz, El Príncipe retrata entre amabilidades, abusos y muertes, la habilidad de Sebastián Muñoz para observar los espacios habitados por sus personajes. Rincones que resultan claustrofóbicos para quienes los vemos de afuera, donde el hacinamiento, las requisas, las peleas y las malas condiciones hacen a la cotidianidad en la que los sujetos se ven obligados a desplegar diferentes tácticas para abrirse paso y conseguir una vida un poco más digna.
Las relaciones entre los personajes son un núcleo central, ya que allí se detecta el modo en que el respeto y el cuidado es construido, en redes de contención que se tejen con esa finalidad como así también competencias, como la de El Potro con Che Pibe (Gastón Pauls). La corporalidad se presenta como testigo del espacio, de las vidas de sus protagonistas, de la interacción, el amor y el sexo, del tiempo estancado y las cicatrices que eternizan la violencia cotidiana.

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El príncipe es una película que funciona en todos sus aspectos, los flashbacks que explican un amor y homicidio, los recursos técnicos y las actuaciones así como también la música que irrumpe para dar nuevos giros a los climas, se ponen a disposición de una historia acerca de sujetos privados de la libertad, o al menos como se entiende del modo tradicional ya que estos hombres apelan a su imaginación para crear nuevas libertades y deseos, para inventar mundos y formas de supervivencia entre la asfixia y el desorden, crear nuevas reglas, proponer relaciones homoeróticas como una forma de libertad posible y apelar a sus luchas para demostrar quien es el que manda.
En un espacio donde el pesimismo predomina y el futuro parece no existir, el contexto exterior funciona como la esperanza. Salvador como una metáfora del porvenir, el por-venir porque aún no sucedía, porque aún Chile parecía demasiado lejos de una ilusión que culminaría cuando la dictadura militar transformó a ese país en una enorme cárcel donde los abusos de poder se reproducieron quitándole los derechos a sus ciudadanos, y donde la muerte se convirtió en un paisaje cotidiano.
En el marco actual, con una sociedad chilena que se encuentra escindida entre el conservadurismo y un pueblo que pide una reformulación de las libertades y de las reglas de juego que se materializarían en una nueva constitución, urge la necesidad de contar otras historias acerca de sujetos invisibles, y eso se propone Muñoz con esta ficción que llega a cuartos oscuros donde los sujetos pierden su humanidad. Es esta una oportunidad para seguir hablando de lo que ocurre en las cárceles sin que eso sea motivo para montar un circo. Sin que sea una excusa para explotar los sensacionalismos, sino apenas para acercarse a otras sensibilidades, a otras formas de habitar los espacios que permanecen del otro lado de los muros, lejos de nuestra vista.

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