NI TAN SUMISAS NI DEVOTAS: «MUJERCITAS» #GERWIG

por Mercedes Orden

«No mires fijamente, no pongas las manos en tu espalda…». Así comienza la lista de prohibiciones que Meg le recuerda a Jo al ingresar al baile donde ambas fueron invitadas. Antes de que una amiga arrastre a Meg hasta el medio del salón donde se pierde entre danzas y coqueteos, Jo escucha atenta a su hermana mayor y decide quedarse en un rincón, sin bailar, como ella le suplicó, para que nadie detecte que su vestido -su único vestido de gala- tiene el paño quemado. De forma clara, la escena expone las costumbres de mediados del siglo XIX, condensando las normas y valores inscritos en el cuerpo de la mujer. Esa lista de lo que se debe y no se debe hacer en una fiesta podría pasar como un capítulo más de El proceso de civilización donde Norbert Elías analizaba la evolución histórica de este concepto, pero no, es la nueva versión de un viejo clásico, Mujercitas. El baile actúa no solo como un ritual para jóvenes encorsetadas, paradas sobre zapatos incómodos sino como una forma de aprender la represión, el autocontrol, necesario para presentarse en sociedad, para demostrar ser una chica «de buenos modales». Hecho que a la distancia puede resultar llamativo aunque la sociedad patriarcal actual se reformule y busque nuevas formas para seguir moldeando costumbres que ayudan a mantener el modo de producción actual.

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Resulta conocido ya el interés de Greta Gerwig por retratar diversos universos de mujeres en diferentes contextos. Sin ir demasiado lejos, en Frances Ha (Noah Baumbach, 2013), protagonizó y co-escribió una historia en torno a la vida de la joven Frances en Nueva York; mientras que Ladybird (2017) le permitió estrenar el papel de directora, mostrando con habilidad un coming of age autobiográfico sencillo que contrasta con la intención de Mujercitas (Little Women). Esta nueva transposición del clásico literario encuentran a Gerwig atenta a otra historia sobre el paso de la niñez a la adultez , en este caso, de Louisa May Alcott (1832-1888).
Como ya había ocurrido en Ladybird, Saoirse Ronan interpreta a la figura protagónica, Jo, una joven apasionada por la escritura que no tiene ninguna dificultad en omitir su nombre para que sus textos sean tomados en cuenta y poder juntar dinero para ayudar a su familia en un contexto atravesado por la Guerra de Secesión.  Junto a ella, están su madre Marmee (Laura Dern) y sus tres hermanas: Meg (Emma Watson), quien se esfuerza por ser todo lo que la sociedad espera de ella y transmitírselo a las demás; Beth (Eliza Scanlen), habilidosa en las artes musicales pero con un estado de salud frágil y Amy (Florence Pugh) con talento para la pintura, pero convencida de que una mujer no puede vivir del arte. Cuatro hermanas que crecieron cerca de una tía millonaria (Meryl Streep) que les bajó una línea clara: todas deberían casarse con hombres adinerados, que les permitan resolver su situación económica y mejorar la de su familia. Algunas escucharon el consejo de la tía March, mientras que otras entendieron que su plan de vida se encontraba alejado de tal situación. Jo, quien hubiese preferido nacer hombre y poder ir a la guerra junto a su padre (Bob Odenkirk), no se siente cómoda ni representada por los mandatos sociales que han moldeado a las mujeres durante décadas y se opone a creer que el camino de la salvación sea el que propone su tía.
Es ella quien personifica a la «mujercita» rebelde con actitudes que podrían ser entendidas como varoniles para la época y sin el menor deseo de contraer matrimonio, aunque pretendientes adinerados no le falten, si no que, por el contrario, sobrevuelan por allí las figuras de Laurie (Timothée Chalamet) y Friedrich (Louis Garrel). La directora lleva a cabo un retrato de la cotidianidad de estas cuatro hermanas, de su educación sentimental y en particular de la joven escritora decidida a romper con lo convencional, a no atar su vida a alguien sino lograr vivir de sus textos y oponerse tanto a su tía como a su editor, un hombre convencido de que si una mujer protagoniza un relato, en el desenlace, este personaje debería morir o casarse para dejar contento a su público.

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Así como el editor se deja guiar por lo que vende, del mismo modo lo hace Hollywood al prestar atención a las expectativas del público. Esta industria de cine comercial se ve obligada a adaptarse a las temáticas actuales aunque sea a paso lento a la vez que impone sus modos. El contexto actual funciona como una oportunidad para Gerwig que le permite hablar acerca de sus preocupaciones y de esa obra que le marcó la vida, de forma ambiciosa y a la vez conservadora al quedarse pegada al texto de Louisa May Alcott. La nueva versión no toma demasiados riesgos, más allá de la dimensión temporal que decide quebrar con la clásica linealidad -planteando dos tiempos donde se atestigüen el tránsito de estas niñas a la adultez-, y de cierto interés por actualizar y quitarle atención a los motivos religiosos fáciles de detectar a lo largo del hilo narrativo del texto original, el resto es historia ya conocida.
La construcción que lleva a cabo la directora tiene una intención claramente feminista, que a simple vista, nos tranquiliza en tanto espectadores si vemos con inocencia el hecho de que Hollywood visibilice dichas problemáticas. Pero al analizarlo de cerca, podemos observar un feminismo masticado, friendly, sin interpelación, que no logra ir más allá de las imposiciones del mercado.
Al finalizar la película, un interrogante me surge: ¿Deberíamos conformarnos con el hecho de que el cine comercial ponga en escena problemáticas de género aunque sea de forma superficial o tendríamos exigir y/o pretender un cine que se adentre en debates de mayor profundidad? Por mi parte, me quedo con la segunda opción. Si bien es prioritario que se legitimen ciertos discursos dirigidos y protagonizados por mujeres rebeldes con cierta desconfianza respecto a la sociedad que habitan, preferiría que la crítica no quede en las superficies y vaya a la búsqueda de otro tipo de relatos que se corran de lo prolijo, de los bellos vestuarios, los cuerpos hegemónicos de las estrellas del momento y el estilo de vida burgués con el fin de hacer circular discursos que finalmente lleven a la incomodidad. Historias que corran riesgos y nos acerquen un feminismo actual donde se evidencie su complejidad, que aproveche el tiempo y el espacio con el fin de darle voz a las clases que nunca la tuvieron, a las mujeres que se encuentran invisibilizadas en todas las esferas. Ese feminismo es el que aplaudo, no el de Hollywood y sus narrativas de siempre.

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